EL DESCANSO DEL GUERRERO.
Creo que nadie puede discutir que la artesanía sea cual sea el campo, cuando es de verdad, se trata de un oficio duro. Aunque la mayoría de los artesanos experimentamos un gran disfrute dejándonos la vida en los talleres, a sabiendas que este hecho colisiona de forma brutal con lo que supuestamente deberíamos sentir, ya que al tratarse de un trabajo que al fin y al cabo, busca una recompensa económica, si reducimos al máximo esta actividad y la despojamos de todo romanticismo, crecimiento personal y contexto cultural, las sensaciones deberían ser de hastío e intento de huida constante, como cabría esperar. Pero en contra de toda lógica y tomando de la mano a Confucio y su aforismo “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida.” muchos, que habiendo paladeado el trabajo por cuenta ajena como si de un buen habano se tratase, decidimos arriesgar patrimonio, salud y estatus en la búsqueda de algo tan etéreo como es el concepto de felicidad. En este punto, muchos tomarían la sabia decisión de solamente emprender, ser tu propio jefe, porque ya de estar dirigidos por un incompetente que mejor que ese incapaz sea uno mismo, pero cuando a esa ansia de libertad la acompaña esa inquietud en las manos y la ilógica necesidad creativa que te mantiene en vela durante las noches, la artesanía, en el caso de los más kamikazes, se presenta como la opción más razonable.
Entendamos que las manos no son solo una herramienta para aporrear teclados, sujetar cigarros o asir cervezas, si lo pensamos bien, junto con el lenguaje, son el vehículo que usa nuestro cerebro para expresarse y materializar ideas. Manteniendo distancia con los trabajos en cadena o automatizados, donde nuestro encéfalo tiende a abstraerse y huir para hacer el tedio soportable, la artesanía exige mantener la mente centrada y focalizada, provocando un patrón eléctrico de ondas alfa similar al que se produce durante la meditación, que aporta un profundo estado de bienestar y relajación que hace de esta actividad algo vital para el artesano, aportando una sutil capa de teflón sobre su psique que lo hace resistente a todo tipo de infamias que la sociedad esclava y el estado esclavista intenta verter sobre él.
En estos tiempos modernos, donde la involución social y moral se viste de colorido progreso, y la realidad de las cosas es plato exclusivo solo para los que gozan de memoria o capacidad lectora, algo tan transgresor como la lucha contra la producción en masa, junto con la autonomía creativa del artesano independiente y que deberían considerarse algo valioso, digno de atesorar, son deporte de riesgo para el esforzado creador. Nadie como uno mismo para conocer sus debilidades, fortalezas y obra, por lo que sería lógico esperar que el libre albedrío alumbraría obras de mayor interés y calidad que los encorsetados pedidos a medida que tan de moda están. Pero siguiendo la corriente actual, el artesano autónomo es perseguido y se intenta reducir su capacidad de acción a lo que socialmente se considera normal, intentando convertir, estoy seguro que de forma involuntaria, al que debería gozar de total libertad creativa en simple operario al servicio de los caprichos del cliente contemporáneo.
En la naturaleza del trabajo es donde se libra una dura lucha interna, con dos rivales bien diferenciados, en una esquina, de rojo, la libertad creativa que lleva como asistente la incertidumbre y enfrente, de azul, acompañado de los ingresos asegurados, el encargo a a medida. Este eterno combate marca el día a día de la planificación del artesano, por un lado no quiere vender sus habilidades a los caprichos de terceros y por otra no quiere desvelos por trabajos de autor que acumulan polvo en la estantería. ¿Y por qué ese rechazo a los encargos encorsetados? Hay varias razones a parte del necesario desarrollo creativo del artesano, una de ellas es que la variabilidad de estos proyectos suele ser enorme, lo que obliga a tener unos stocks de almacén tremendos o a hacer constantemente pequeños pedidos de materiales que encarecen el producto bien por aumento de costes de producción al tener materia prima más cara o por la ingente cantidad de horas que hay que gastar en la búsqueda de la madera, acero o metal en cuestión y que, al fin y al cabo, también son horas de laburo. A esta diversidad en los pedidos hay que añadir, la necesaria adaptación técnica que requieren algunos trabajos, y aunque los artesanos “más manuales” ( como tiene cojones de escribir alguna administración autonómica para referirse a todos los que no usan CNC o fabricación industrial) suelen tener capacidad de adaptación, esta tiene un límite y muchas veces se requiere reaprender para abordar ciertas piezas. Otro de lo objetos de discordia de los encargos a medida es que en algunas ocasiones estos se pretenden con estricta ejecución bajo plano y en otras simplemente son imágenes de trabajos de otros artesanos o de piezas industriales que el cliente quiere recrear, bien por un intento de abaratar o ante la imposibilidad de adquirirlos por su rareza o gran coste de importación. También se podría hablar largo y tendido sobre las insinuaciones demenciales que entran vía mail y que darían para un libro de freaks y que no merece la pena valorar. Pero volviendo al tema, por las características de estas peticiones, las horas de contacto que requieren, el volumen de correos necesario para ajustar las directrices, las eternas conversaciones por redes, casi siempre en horas poco oportunas, los habituales intentos de modificación de precio o parámetros, los clientes que se descuelgan a mitad de proyecto con escusas peregrinas y las exageradas expectativas que un trabajo tan especifico y emocionalmente vinculado generan, este tipo de encargos no suele ser atractivo para el artesano y si se computa todo lo necesario para llevar a cabo una pieza por encargo de este estilo, no suelen salir a cuento. Pero no todo es negativo en este lado de la balanza, ya que entre este mar de capricho y exigencia los hay que simplemente piden tal o cual cosa, de forma genérica, basándose en lo que habitualmente haces y aportando un par de directrices básicas como tamaño y estilo, sin más rodeos que un par de correos que no toman más de unos minutos, estos normalmente son recibidos con agrado. Y es que no se debe olvidar nunca la faceta de negocio de la artesanía, sobre todo cuando es minoritaria y en las que hay que valorar cada euro y cada minuto. No quiero ahondar en el menoscabo que supone fallar un caldeado que lleva 4h de trabajo y 2kg de acero, o que te envíen el material equivocado, o que se dañe un pieza casi terminada, o que se averíe un máquina o que te escalabres un dedo... los talleres pequeños son entornos frágiles y extremadamente sensibles a cualquier eventualidad y donde una de las más importantes variables que se deben computar es el RIESGO. Por tanto para evitar estos riesgos lo más inteligente sería centrarse en un estilo concreto, propio o ajeno (lo segundo suele ser más fácil) y que todo que que venga orbite sobre el.
En la esquina roja estaba el trabajo de autor, ya sea estilo propio o ajeno, como ya indiqué, lo segundo suele ser más sencillo. Crear tu propio estilo, desarrollarlo, promocionarlo... es una tarea ardua y muchas veces infructuosa, en cambio para mitigar al máximo los riesgos, lo ideal sería buscar un estilo conocido y que tenga o haya tenido éxito en el pasado y recrearlo. Siendo esta la opción más segura, a veces no es suficiente para satisfacer las necesidades creativas de algunos artesanos que optan por engendrar sus piezas desde el folio en blanco de sus ideas, pero siendo realistas y ya avanzado el 2000 es difícil poder asegurar que un estilo es totalmente propio, todos estamos influidos por el bestial volumen de información que nos llega vía internet y no es raro ver que un cuchillero de un remoto país ha sacado una pieza casi igual a tu último y novedoso diseño. Pero el libre albedrío creador no solo se refiere a las formas o estilos, esta libertad versa sobre la posibilidad de entrar con ganas en el taller, seleccionar el material que tienes a mano y que tan bien conoces, modificarlo hasta conseguir esas formas que sabes que funcionan y trabajarlo con la eficiencia que te ha aportado la repetición de lo habitual. Y esta actividad con poco riesgo pero de resultados garantizados permite otras licencias, ya que otorga tiempo y energía para desarrollar otras técnicas y formatos, experimentos e investigaciones que aumentan la calidad y el repertorio disponible, que recuperan procesos perdidos o en desuso, que cultivan al artesano y su parte vital como resevorio de conocimiento y técnica. De cara al mundo, este trabajo propio otorga una cara reconocible y característica, crea cierta familiaridad entre el aficionado y el profesional, con el tiempo lo sitúa en el sector y esa relativa “homogeneidad” suele generar confianza entre los que no conocen su obra de primera mano pero si son clientes potenciales. Por tanto la “pirula” roja de la libertad suele ser la más interesante, beneficiosa y rentable para el artesano, incluso para el sector, pero cuando el mercado es refractario a dejar margen creativo a los profesionales, esta forma ideal de trabajar, al contrario de lo que cabría esperar, puede ser el mayor RIESGO a tomar.
Es habitual ver como la mayoría de artesanos están constantemente moviéndose de rojo a azul, de azul a rojo y en ocasiones no es raro verlos trabajando en el violeta, que hoy en día podría considerarse el color menos arriesgado, aquí es donde suelen darse los pedidos conjuntos, en los que un grupo de aficionados deciden encargar todos a una piezas de estilo idéntico o similar, siempre con la intención de tener algo conmemorativo o único a un precio más ajustado. Pero la realidad de las hojas de calculo llevan tiempo indicando que cuando un artesano trabaja desde el material en bruto, asumiendo todas y cada una de las partes del proceso de manufactura, da igual que una, que diez o que veinte... el coste por unidad es el mismo, pero aun así se suele ceder a esta ficción que comparten los que creen de que a más volumen más barato producir, y que obviamente no entienden que la producción industrial y artesanal nada tienen que ver. En este punto es cuando algunos colectivos, sobre todo los que parasitan los sillones de “lo publico”, alzan la voz poniendo el acento en la importancia de adoptar formas más modernas de fabricar y hacen “ojitos” al uso del CNC o a la subcontrata industrial de alguna de las partes del proceso. Poco saben todos estos de lo que es la artesanía y de qué es lo que la constituye como tal, pero adaptan las definiciones vía boletín autonómico o estatal para que todo encaje, aun a costa de sacrificar la identidad primordial del sector, llenándola de truhanes en busca de subvención y negocio fácil. Y sí, obviamente sería más sencillo y más económico hacerlo así ¿ pero sería artesanía? Si aceptamos las nuevas y forzadas definiciones, probablemente sí, pero los que realmente conocemos lo artesanal no nos tragamos semejante infamia.
Hace poco salí de un encargo conjunto de casi 40 piezas, complejas, pero bastante homogéneas. Solo el que afronta este tipo de proyectos ve la ya citada fragilidad de un taller de artesanía. Un fallo en una máquina, un problema con un distribuidor, una rotura de stocks... y la viabilidad del taller queda en el filo del cuchillo, aún con las agendas llenas. Pero volviendo al caso, me enfrenté a un gran encargo, casi cuarenta clientes, todos ellos entusiastas de las navajas de afeitar, como yo mismo, de ahí que me lanzase a por ello con ganas y muy motivado, ya que si la actitud y el ánimo no acompañan malamente podría completar semejante tarea. Hice acopio de materiales, un tipo acero y varios clases de maderas, elaboré los diseños, establecí un plan y me puse manos a al obra. La selección de la materia prima siempre suele ser tema delicado, por eso mismo decidí optar por huir de exotismos y recurrí a proveedores de confianza. Así que la cosa pintaba bien, acero conocido, maderas y sintéticos que ya había trabajado con anterioridad, un buena reserva de consumibles... solo faltaba ponerse al tajo. Pero lo que podía salir mal salió peor, y el proveedor que siempre mandaba calidad esta vez mandó chatarra, la madera que solía salir bien esta vez presentaba grietas y defectos internos y la herramienta que llevaba años sin fallar, falló. Y tuve que conseguir otro lote de acero, comprobarlo y una vez asegurada la calidad, repetir todo el trabajo, recalibrar la maquinaría y me dedicarme a jugar al “Tetris” con las partes buenas del material de las cachas. Y lo que iba a ser un duro trabajo se convirtió en una dura lucha y el estrés se trajo a la fiesta problemas musculares en forma de contracturas y dolor, mucho dolor. Pero no hay droga mala si alivia y con ibuprofeno a discreción, a base de golpear la cabeza contra la misma piedra hasta romperla, conseguí llevar a puerto un encargo que se convirtió en reto, que metamorfoseó en guerra de trincheras hasta que todo estaba debidamente empaquetado y que hasta que no fue debidamente entregado no me dejó respirar. Reconozco que durante este tiempo llegué a valorar, de forma extrema, las bondades de mi otra profesión, la de enfermero, hasta el punto de sopesar la idea de prometerle monogamia incondicional hasta los 67...
Lo llamo el descanso del guerrero porque me llevó tiempo recuperarme físicamente pero aún más mentalmente, al final tuve la sensación de que volvía del campo de batalla, agotado y lastimado. Fue necesario un parón, al principio de un mes, en el que llegué a odiar acercarme a taller y que se alargó otro mes más en el que me plantee dejarlo. Ya en el tercer mes empecé a acercarme algo por la fragua y las malas sensaciones dieron paso a los buenos recuerdos, empecé poco a poco a trastear con el carbón. Parecía que mi cerebro hubiese olvidado como controlar mis manos o mis manos obviasen las ordenes de mi cabeza, porque nada salía, había una especie de resistencia fisiológica a volver a trabajar con el metal, un bloqueo que me impedía reanudar mi oficio. Soy terco como una mula, y la sensación fue de tener que reaprenderlo todo, pero conseguí volver a meter en vereda mi mente en huelga y retomar donde lo había dejado, no sin secuelas, todo sea dicho.
Un saludo
A.Castro